lunes, 22 de agosto de 2011

Feriado de fútbol

Bajé del ene uno a las 6 de la tarde con dos susurradores en la mano y mi mp3 recién comprado escuchando y en él al Lichi Aristimuño. Hago dos cuadras y me encuentro a los pequeños vecinos jugando al futbol con algunos parientes. Todos varones. La mayoría menos de 18. El Gastoncito, que está haciendo sus primeros pininos en el partido radical, me invita a que me sume, no sé si de verdad lo dijo pero notó la buena onda con la que me saludaron algunos de los niños simpatizante de los susurros y sostuvo la moción. Dije sí, casi sin habérmelo confirmado a mi misma. Dejé el bolso, los susurradores, me saqué el mp3 y me ubiqué primero para el equipo formado por: el Gastoncito, el Milton que era un muchacho de la política, el padre de la Lilien, hombre de familia que abandonara el partido anticipadamente dado el llamado de su esposa. También jugaba para el Juanpi y el Benja, el más pequeño de la cancha pero el que más espíritu de juego demostraba. Del otro lado estaban el Victor, pleno adolescente que apenas si se movía, su rol era alentar a los que se desplazaban más rápido y hacer de cuenta de que jugaba bien cuando la pelota caía a sus pies, él no la iba a ir a buscar; el hijo del de la fotocopiadora, Martín, que marcaba un poco sucio, le pusieron el hacha; el Nico, alumno de mi hermano de guitarra, él era pura gana y prefería quedarse abajo. Por último en el equipo estaba el nacho que cuando la pelota se iba afuera aprovechaba para imitar a los comentadores locales, a los publicista y largaba un al pan pan y al vino tooooooro, o un si probaste el chico probá el grandote, alfajor grandooooote, era el que “estaba disafrazado de jugador” como le dijo el Gastóncito que entre los dos dirigían ambos los equipos y su palabra era legitimada por todos los jugadores.

Una de las cosas que me gustaba era que cuando pasaba un auto, una señora con un coche, o un joven padre con su bebé en alza o hasta el señor del carro con la garrafa, se frenaba el partido unos metros antes y unos metros después de que pasaran, todos estaban de acuerdo de que había que respetar al que sea. No había insultos más que de bronca cuando una jugada no salía. Había humor y un poco de cargada, si, propio del futbol.

Cuando Gastoncito me invita yo todavía tenía las cosas en las manos, me alcanza la pelota y entré haciendo jueguitos que de casualidad me salieron más que de costumbre. A mi hermano para su cumpleaños le regalaron una pelota, entonces, a veces me pongo hartante con que me salgan los jueguitos y sin querer practico. Pero eso nada más, no tenía ni estado ni nada, solo pura ganas reservadas desde la secundaria. Cuando vieron la cantidad de jueguitos al toque fui aprobada y aunque al principio costaba que me dieran la pelota me fui convirtiendo en una más de ello sin miedo a nada y encontré mi lugar en el juego.

Cuando el papá de la Lilien tuvo que abandonar el partido me pasé para el equipo del nacho quien vestía una camiseta de talleres y aunque mi nombre es Celeste por los piratas jugué con el equipo contrario.
Me divertí mucho viviendo el partido desde dentro de la cancha, dando pase, metiendo el pie, tirando el pena que fue palo!, si, la podría haber tirado a las nubes, con el palo seguía en mi lugar de la chica que juega bien. Suele suceder que antes de que una mujer ingrese a jugar un partidito de barrio es la mantequita pero en cuanto hace tres jueguitos pasa ser la mejor, cosa que no ocurre con los varones, el que hace tres jueguitos se quiere lucir y no le sale.
Como les digo me divertí mucho jugando de verdad, sacándome la campera, corriéndome el pelo de la cara, hasta me salió un taquito ganador, había mucha buena onda entre estos muchachos, no me quería ir y el tiempo pasaba, me esperaban los apuntes y el fin del finde semana largo. ¿Qué hacer? En ese momento escucho que el Gastoncito dice: a ver estamos 5 a 5, vamos hasta los 7 y terminamos. Me quedé entonces hasta el final. Todos jugando como si fuese la gran final, metiendo mano pa salvar pelota sufriendo un palo y afuera, peleando por los goles que no eran o si eran pero no eran pa que no se acabe el partido y al final esos poco goles que faltaban se hicieron mucho más, hasta que a Nacho le salió una jugada de lujo y por el lujo mismo y el gran festejo nuestro se acabó el partido. El muchacho autor de último gol de encargó de inventar los premios para los jugadores:
“EL premio al mejor jugador de la cancha es para el Benja”, el pequeño Benja, quién no te dejaba llegar a su arco, te la sacaba limpita y corría a lo pupi Zanetti para dejársela servidita al Gastoncito o al que estuviese arriba. “El premio al más comilón es para
El Juanpi”, quien siempre quería definir y en una de las últimas jugadas quedó solito frente al arco (jugábamos sin arqueros y los arcos eran un tercio del tamaño habitual), no la tocó al Gastoncito que la pedía y la tiró afuera. “El premio al más político” el Milton se lo llevó que argumentó ser el único que había en la cancha, igual festejó. “El premio al que no hizo nada y se rascó toda la tarde” al Víctor que marcaba en cámara lenta y parecía estar jugando todavía dormido. “El premio al que más clavó y pegó” al Martín del que se quejó todo el partido el Juanpi diciendo que siempre se te venía fuerte. Todos los premios los entregaba el nacho a quien se le agrandó el pecho con el último gol. Milton se encargó de premiarlo como “el que se olvidó la humildad en casa”. Así mismo nacho le concedió “El premio al jugador de oro” al Gastoncito que dirigía no solo el partido sino los ánimos y fue generado del buen clima en todo momento. Por último Nacho me premia con una cinta blanca que encuentra en el piso como “la mejor jugadora de la cancha”. Todos los premios eran de cosas que encontraba en un segundo en el piso o en su imaginación; piedritas, una hamburguesa al camilón, un hacha invisible para el Martín, etc.
Me despido de los muchacho recogiendo mis prendas, sacudiendo mi ropa de facultad, no volví a encender el mp3, le doy un beso a cada uno diciendo que qué pena que en Cerro Norte no haya un canchita para jugar, en fin, la calle Auquincó nos permitió la alegría de un feriado sin distinción de sexo ni de años, ni de cuadro de futbol ni partido político, solo un entusiasmo hecho juego, el límite la vereda, el infinito el sol disfrazado de agosto, de barrio, de pelota de futbol.

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